Altura en el debate

Altura en el debate, pero diciendo lo que es debido

¿Qué es para un apologista cristiano ser relevante y pertinente en un debate en los problemas acuciantes de su sociedad? Gran pregunta.

No tengo claridad total, pero me atrevo a responder desde perspectivas que me parecen cruciales.

1. SOMOS PUESTOS EN ESTE MUNDO. Jesús oró al Padre para que fuésemos guardados del mal y no quitados del mundo. Estamos acá no siendo de acá, en el sentido de que se nos asigna la función de ser sal y luz en medio de las tinieblas. Hay un reconocimiento implícito de que las cosas en el mundo siempre andarán mal por causa del pecado; pero la voluntad de Dios es hacernos agentes de cambio por la influencia poderosa del Espíritu Santo, en tanto comprendamos cuál es el reino y el evangelio del mismo.

Es decir, seremos relevantes sabiendo hacer la distinción entre el mundo creado por Dios y en el cual opera en actos redentivos, y aquel que se le opone con todas sus fuerzas producto del pecado. Hay que discernir y es un trabajo vital, por causa de la importancia de la misión, pero también porque no todo lo que hay en este mundo es pecaminoso per se. La confusión de planos puede llevarnos a la irrelevancia, o a la esquizofrenia. Si no sabemos discernir, nos encerraremos en ghettos subculturales y haremos en el mejor de los casos una especie de “guerra de guerrillas” irrelevante e impertinente, sin encarnación misional donde se nos pide hacerlo.

E incluso, estableciendo con claridad la distinción, somos llamados a estar entre pecadores, a vivir en este mundo del cual Jesús ora para que estemos en él y seamos preservados del mal en el mismo.

2. SIENDO AGENTES DE CAMBIO, EL ACTO REDENTIVO ES ESPIRITUAL. Acá hay un gran problema, porque el apologista cristiano tiene la dificultad nada menor de tener que ser pertinente en dos campos: conociendo la realidad de su contexto cultural y conociendo la voluntad de su Señor, que es salvador del mundo. Todo acto de redención de la cultura humana parte por el ser humano propiamente tal, pero también se proyecta hacia las estructuras creacionales y los artefactos culturales afectados por el pecado personal y colectivo. Esto no es asunto de una visión dicotómica o dualista de la vida, trabajando en ámbitos separados (como compartimentos estancos) sino de una profunda convicción de que el ámbito espiritual permea todas las cosas, cada aspecto de la vida del hombre y su entorno, lo cual está imbricado, integrado, relacionado en estrechas y complejas maneras en un todo que o glorifica a Dios, o lo deshonra. Porque en una visión dualista no hay necesidad de cambiar nada: se vive la vida de manera compartimentada y punto. Voy a la Iglesia el Domingo y al trabajo el Lunes, y con los amigotes el Viernes o el Sábado por la noche, sin tener cargos de conciencia por lo que haga allí.

Pero si el acto redentivo de confrontar a la cultura es espiritual, como creo que es el caso, los agentes de cambio seremos relevantes en nuestras funciones espirituales (ser sal y luz) conociendo la dinámica y los propósitos de la cultura humana, discerniendo lo bueno de lo malo. No todo en la cultura humana es pecaminoso, pero mucho de ello sí está terriblemente afectado por el pecado de los hombres y hay que ser relevantes declarándolo cuando y cómo corresponda. Pero no desde el ghetto, no desde la burbuja subcultural (donde de hecho no hay cultura sino misticismo disfrazado de cultura) sino desde una clara comprensión de lo malo que ha de ser enfrentado sin desechar lo bueno. Es el agua de la bañera, no el bebé, lo que ha de botarse.

3. SIENDO AGENTES DE CAMBIO, CONOCEMOS LA VOLUNTAD DE NUESTRO SEÑOR, PERO TAMBIÉN EL TIPO DE DESAFÍO QUE PRESENTA EL CONFLICTO CULTURAL. Un gran problema de nuestros días es que al apologista se le hace callar, en nombre del laicismo, apelando a la separación de iglesia y estado. También se le dice (muchas veces con fundamento, tristemente) que debe callar porque ignora la relevancia de las discusiones y la importancia del debate con el consecuente conocimiento de la causa de los mismos. En ambas situaciones se nos llama a replegarnos al silencio, pero en el primer caso el dilema es falso cuando lo que se promueve es desplazar a los cristianos de su voz profética o de su participación en la cultura. Ni podemos callar obedeciendo antes a los hombres que a Dios (cuando conocemos la voluntad de nuestro Señor al respecto de cualquier tema o contingencia), ni podemos abstraernos de la cultura porque Dios nos puso como sal y como luz, preservando e iluminando al mundo con las buenas obras que Él dispuso de antemano. Así invoquen al ídolo del estado con todas sus fuerzas, antes que él está nuestro deber de estar en la sociedad y la cultura (que no es lo mismo que el “estado”) la cual le pertenecen por derecho al Creador de los hombres.

Uno de los sensibles hechos que pasamos por alto, es que la tierra y su plenitud son del Señor, no de los hombres. Cuando los cananeos llevaron al colmo su maldad, Dios los expulsó de la tierra de Canaán por mano dura, de guerra, dándoles a los hebreos la tierra por heredad. ¿No es acaso pertinente la analogía con la Iglesia de Cristo, hoy? Ciertamente, aún sabiendo que somos peregrinos y extranjeros, y que nuestra patria es celestial. Pero, ¿no es acaso el reino de Cristo expandido en esta tierra? Por lo mismo, si entendemos el tipo de desafío y las herramientas de las que disponemos, sin caer en dualismos y previniéndonos de la batalla subcultural, seremos relevantes declarando el pecado de las estructuras creacionales mientras trabajamos en la construcción de la ciudad de Dios, restaurando este hermoso Jardín. NO se lo dejaremos a los cananeos, cuando corresponda lucharemos en redimirlo de sus manos. Sin embargo, el desafío cultural que enfrenta la Iglesia evangélica es entender el conflicto, cosa que tendemos a soslayar, en contra de nuestro propio beneficio en el empeño; no somos solamente soldados, somos también constructores, labradores, mayordomos.

4. ORA ET LABORA. Ora y trabaja. La vista fija en el cielo con los pies puestos perfectamente en la tierra. En el balance está la clave, porque el descuido de ambas situaciones hay un peligro inminente de dejar de ser relevante. El activismo está a un lado, y la vida monástica en el otro.

5. NO TEMAS DECIR LO QUE TIENES QUE DECIR. Los profetas del AT decían lo que Dios les mandaba decir. Puede que tu opinión sea importante y mucho de ello es también relevante, pero la batalla no la ganaremos con opiniones, sino enarbolando la insignia del Señor, y esto se hace por su Palabra, la Biblia. No temas decirlo, aunque te hagan callar, es la Palabra de Dios contra las costumbres de ellos.

El apologista que se vuelque solamente hacia tecnicismos y debates meramente filosóficos o políticos, cae en el juego al que se le invita, que no es sino una trampa. Cuando los atenienses, quienes se interesaban por la novedad en los discursos y las temáticas, oyeron a Pablo por lo de la resurrección, menospreciaron el mensaje y trataron de palabrero (“spermologos”) al apóstol. Pasará casi exactamente lo mismo con nosotros, lo cual ciertamente es un halago, en relación con quién nos comparamos y eso es alentador sin duda; pero no habría que detenerse ante los aduladores cuando parte de nuestro discurso filosófico y político (lo cual ciertamente no puede ni debe desecharse en sí mismo) agrade a los oyentes, son cantos de sirenas. La misión profética ante el mundo apóstata es ingrata en ese sentido, pero decir lo que hay que decir es un trabajo que en el largo plazo es placentero, visto en retrospectiva: se ha peleado la buena batalla.

No temas decir lo que tengas que decir de parte de Dios, por su Palabra, porque ser sal y luz no se logra buscando el aplauso ni queriendo ser agradables a los oídos de los rebeldes, utilizando las palabras de ellos, sino siguiendo y declarando los principios del reino para la gloria de Dios.

– Andrés Moreira

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